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Relojes de sol en peligro de desaparición

En el CMRS hemos catalogado dos relojes de sol de una antigua masía del distrito barcelonés de Sant Martí de Provensals, actualmente en deplorable estado, de varios siglos de antigüedad, que se hallan en peligro de desaparición al estar afectados por el plan urbanístico de La Sagrera. Ver artículo aparecido en el diario El Periódico de Cataluña el pasado día 20 de febrero:

“Vestigio rural en la Verneda

Una masía centenaria resiste habitada tras naves industriales y pisos colmena en un rincón de Sant Martí. Los vecinos de la zona luchan para preservar la construcción, amenazada. La familia Apaolaza se instaló en la masía de Can Riera sobre 1971. Cisco, entonces el viejo masover, acogió al matrimonio y a sus cinco hijos en el inmenso caserío. Al poco, ya eran seis. Es decir, ocho. «Cuando vinimos, todo esto eran campos. Había árboles, huertos y animales», explica Diego, señalando el gran aparcamiento de camiones tras el que resiste, casi como un milagro, este último vestigio rural de la abigarrada Verneda, ahora en peligro de extinción, ya que la centenaria construcción –los historiadores consideran que data, como mínimo, del 1500- está amenazada por un plan urbanístico. «El problema es que en la documentación oficial del ayuntamiento no consta la existencia de Can Riera. En los planos de la zona lo único que está documentado es una que hay 'una pequeña construcción rural'», apunta Eduard Milà, miembro de la asociación Apropat, formada por vecinos de Sant Andreu y Sant Martí preocupados por la protección y reivindicación del patrimonio histórico de la zona, en alerta desde el levantamiento de los restos romanos en la Sagrera, a escasos metros de la masía. «Es necesario lograr que la Riera de Horta y Can Riera sean considerados un solo conjunto a proteger, y establecer el mismo como espacio de aprovechamiento histórico, cultural, didáctico y pedagógico del entorno más cercano», piden los vecinos, quienes han elaborado un proyecto para convertir la casa en un centro de interpretación del pasado de Sant Martí. Y es que, tras la casa, queda en pie un trozo de muro de la riera. Lo tienen difícil. En el último pleno de Sant Martí, el jueves, plantearon la cuestión. La respuesta recibida no fue la esperada. El gobierno explicó que habían hecho los deberes, y que, tal y como pidió ICV-EUiA en la comisión de Hábitat Urbano, había estudiado la hasta ahora desconocida finca, que ya había sido catalogada con nivel D. ¿El problema? Dicha catalogación solo obliga a hacer un reportaje fotográfico para documentar su existencia y permite demolerla tras la sesión de fotos. El mismo estudio argumenta que la ventana con apariencia más antigua no pertenece a la casa, sino que fue añadida a posteriori, y que, debido a esta situación, la modificación del plan general metropolitano para el sector Prim para salvarla es «más que improbable». El problema no es solo una cuestión de patrimonio. Pese a que pueda parecer imposible, dada la situación en la que se encuentra, aislada tras un aparcamiento entre pisos colmena y naves industriales, en Can Riera aún vive gente. Diego Apaolaza, uno de los hijos del matrimonio instalado en el lugar en el 1971, y la señora Isabel, una mujer mayor que reside casi desde el mismo año en otra ala del caserón. La situación de ambos está en un limbo legal. Cuando se instalaron no se les hizo ningún tipo de contrato de alquiler, pero llevan allí 40 años. Intentaron acogerse al usucapión. Es decir, hacerse dueños de la propiedad dado que llevaban en ella más de 30 años. Perdieron el juicio. Beni, hermana de Diego, paseaba el jueves por el caserón junto a su hermano y su sobrina, cámara en mano, retratando cada rincón. Los relojes de sol de la fachada, las piedras de las ventanas y las viejas vigas. «Me daría tanta pena que tiraran esto... El ayuntamiento debería reivindicarlo. Enseñarlo al barrio, que los vecinos de Sant Martí fueran conscientes de que antes, aquí, se vivía de otra manera. No derribarlo y acabar con la historia no solo de mi familia, sino de todos...», lamenta la mujer. Ni los activistas de Apropat ni los últimos vecinos de la masía están dispuestos a dar por perdido ese peculiar remanso de paz en medio de uno de los rincones urbanísticamente más hostiles de la ciudad. Por un lado, la familia Apaolaza estudia recurrir la sentencia del juicio que perdió para que la ley reconozca que la ahora destartalada masía de Can Riera es su hogar. Por el otro, Apropat piensa en seguir batallando con Patrimonio del ayuntamiento para que cambien la catalogación. El parón de las reformas urbanísticas debido a la crisis juega a su favor.”

 

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